lunes, 31 de diciembre de 2012

EL MIEDO DE AMAR



                                                                                            Autor: Billy Vega

Todo empezó en un funeral, no de esos lindos que salen en las películas, me refiero a un funeral oscuro, con un clima más que triste, en donde el único color vivo que se puede apreciar es el gris brillante de los ojos de aquellos que participan en esa sagrada reunión. A la derecha estaba su madre y su padre, a la izquierda, sus amigos. No todos se conocían, pero sí tenían algo en común; el incalculable aprecio por una persona que valía más que el oro.  
A  lo lejos, bajo un gran árbol, se encontraba un joven vestido con un abrigo negro, zapatillas del mismo color y una palidez en la cara que hacía resaltar unos sollozos ojos verdes. Era Gerard, el desafortunado Gerard, un joven de veinticinco años, que cargaba el peso de una vida al borde del colapso. Su hogar, no era precisamente un lugar feliz, al contrario, tuvo que abandonarlo a los quince años, debido al desprecio de una Madre la que se puede calificar como “ausente” y  a las reiteradas golpizas proporcionadas por un Padre que creía que el entrenamiento militar era mucho mejor que el aprecio y el cariño. De ahí en adelante, tuvo que aprender a vivir por cuenta propia, y lo logró. Pudo estudiar y trabajar a la vez e incluso entró a la universidad, aun así, nunca soltó el pasado y forjó su vida, carácter y personalidad de acuerdo a la historia que lo precedía, en definitiva y gracias a lo vivido en el hogar,  Gerard era un muchacho que no podía amar.
Comenzó la ceremonia y un religioso de aspecto empático elevó una plegaria, luego comenzó a hablar sobre la vida de alguien que dejó este mundo a una corta edad. Gerard, en su pensamiento frío y lógico cuestionó muchas de las cosas dichas en ese momento, argumentando que solo eran palabras vacías que servían de consuelo para la familia. Su pensamiento era firme, hasta que el religioso citó una frase que lo estremeció. “No necesito tus habilidades, no necesito tu servicio,  no necesito tu sacrificio, ni siquiera que seas mejor. Lo que te invito a hacer es solamente a creer que mi amor es suficiente para Ti”.
Como eco, esas palabras resonaron en la cabeza del muchacho, su mirada se tornó perdida y su lógica se volvió débil y una revelación lo inundó.
Fue un día viernes, de esos que parecen eternos, la universidad se encargó de cansarlo de tal manera, que un grupo de sus compañeros fueron víctimas de su mal humor y como la justicia muchas veces es una ciega injusta, un profesor lo echó de la sala de clases, porque consideró que a Gerard no le correspondía poner orden en la sala. Frustrado, el joven salió a tomar aire a un lugar que él consideraba apartado y solitario, pero para su sorpresa, alguien se le adelantó. Una muchacha de actitud histriónica, estaba gritando cosas al aire, en su mano sostenía algo que parecía un libreto. Gerard asombrado, olvidó su enojo y decidió sentarse en el pasto a escuchar las cosas que ella decía. No pasó mucho rato, cuando la joven se dio cuenta de que tenía un espectador; se asustó al ver un par de ojos fijos y la actitud de un hombre que daba la impresión que estudiaba cada uno de sus movimientos, por lo que tomó sus cosas y se fue lo más rápido posible, Gerard por su lado, no hizo nada, dejó que ella se marche y le dio pie al enojo que lo movió a ese lugar. Caminó en círculos, hizo unos largos monólogos de reclamo, hasta que un elemento fuera de lo común desvió su atención; una hoja,  no  una hoja cualquiera, era el inicio de una obra de teatro. ¡La chica! exclamó Gerard, para su suerte, en una esquina de la hoja había un nombre escrito: Nadia Reyes.
Llegó el momento de ir a casa. Esa noche el muchacho no cenó, estaba muy cansado por su agitado día, solo llegó  y, como muerto se metió a la cama. Se sentía extraño, algo emocionado, pensaba en la muchacha y en su loca actuación. A la vez se confrontaba diciendo que no podía sentirse tan “embobado” por una chiquilla que lo miró con desprecio, así como todo el mundo lo hacía. La lógica perfecta de éste muchacho, le hacía creer que esos sentimientos eran producto de la imposición del prototipo de “amor” que se puede apreciar en las películas de Disney chanel, o sea ficción. De esa manera se convenció de que en la mañana se iba a olvidar de todo.
Pasaron tres días, Gerard estaba en la biblioteca de su facultad, cuando de entre las hojas de su cuaderno apareció una hoja extraña, era el inicio de una obra de teatro. Nadia Reyes, otra vez Nadia Reyes, pensó. Como ya había leído todos sus apuntes, creyó que no le iba a hacer mal leer esa fastidiosa hoja. Leyó y leyó hasta que se aprendió esas líneas, en eso, se le ocurrió la genial idea de devolver esa hoja. Buscó por muchos lugares a esa muchacha, pero no la encontró, preguntó en el club de teatro de la universidad, pero le dijeron que ella no actuaba para la universidad, sino que lo hacía en otro grupo.  Solo le quedaba buscar el lugar donde la conoció y no dudó en dirigirse allí.
Caminó por todo el campus y efectivamente, ahí estaba, esa muchacha de piel morena,  piernas largas, pelo negro, hermoso semblante, ojos grandes y llenos de vida. No tenía la menor idea de cómo hablarle, ya que jamás desarrolló habilidades sociales empáticas, al contrario, tenía la costumbre de espantar a las chicas que se le acercaban, es por ello  que recurrió a las líneas que se aprendió de memoria. Dijo – Por qué estás aquí, bella mía, tan sola.  ¿Acaso no sabes que en mis brazos siempre estarás segura?.-  Ella lo miró con sorpresa, pero no huyó. Hola, soy Gerard, hace unos días dejaste esta hoja y pensé que era importante… ya saqué una copia nueva, interrumpió ella, pero gracias. Se miraron un rato, con vergüenza. Creo que es una obra buena, exclamó Gerard, buena pero irreal, es imposible que una persona encuentre seguridad en otra, la gente solo vive para dañar a otras personas. ¿Piensas eso?, dijo Nadia, porque creo que estás generalizando, sé que hay gente mala, pero decir que todos son malos es una exageración. Me pongo como ejemplo, yo no soy mala, al contrario, me gusta pensar en el bien de todos, incluso de aquellos que no lo merecen. Gerard contestó, si logras convencerme sobre eso, juro que me retracto.  Ella aceptó el desafío..
Con el paso del tiempo, ellos continuaron viéndose, y al fin Gerard encontró en quien apoyarse. Por primera vez abrió su corazón con alguien, por primera vez habló sobre lo que pasaba en su casa. En muchas ocasiones lloró al recordar a su padre. Nadia, por su lado, cumplía con escuchar y enseñar. Ella le habló de la necesidad de perdonar y sanar las heridas del alma. Le habló de que el amor todo lo puede, todo lo espera y todo lo soporta, le habló del amor de Dios y de lo maravillosa que es la vida cuando se tiene fe. Eso le dio mucho fiato a su relación de amistad.
Nadia y Gerard no podían estar separados, se veían siempre que tenían un tiempo libre en sus agitados horarios.  De forma implícita estaban construyendo una linda relación y muchas veces sus labios sellaron su cariño.
Gerard era feliz, por primera vez en su vida era feliz, pero tenía miedo. En Nadia había encontrado un gran apoyo y se sentía a gusto, pero en su vida nadie le enseñó a ser un pilar firme, ¿Qué pasará cuando Nadia necesite de mí?, ¿Saldré corriendo?, y si nos casamos, ¿Me comportaré como mi padre? Éstas y muchas interrogantes asaltaban su cabeza, la presión era mucha, no se sentía digno de un amor tan puro, no se creía capaz de amar a tal grado como para llevar una relación por años.
En un acto desesperado y vestido con un manto de inseguridad, Gerard decidió apartarse de la vida de Nadia. Creía que  tarde o temprano él iba a terminar arrastrándola a las cosas que marcaron su pasado, él pensaba que a futuro podría actuar igual que su padre y eso significaba un peligro.
Esperó a que sea viernes, para él era un día especial. Citó a Nadia al lugar en donde se conocieron. Cuando llegó el momento, él no podía hablar y menos mirarla a los ojos. Sentía como si el corazón se desgarraba pero, en su cobardía, un rayo de valor lo iluminó y con lágrimas y voz quebrada le dijo a Nadia que era imposible una relación entre ellos, que él no era lo más conveniente para su futuro y que lo que estaban viviendo era una fantasía, que tenían que aterrizar o si no, de seguro él iba a dañar su corazón.  De a poco, la cara de Nadia se tornó triste, sus ojos, los mismos que irradiaban alegría, estaban llenos de lágrimas. El silencio inundó el lugar.
Se rompió la tensión con un repentino movimiento de la triste muchacha, algo sacó  entre sus libros, un libreto, el mismo que permitió que ellos se conozcan. Comenzó a  hojear hasta que llegó a una parte que estaba destacada. Ella se puso frente a Gerard y con tono firme, pero tierno, le leyó un extracto de la obra teatral. “No necesito tus habilidades, no necesito tu servicio,  no necesito tu sacrificio, ni siquiera que seas el  mejor. Lo que te invito a hacer es solamente a creer que mi amor es suficiente para Ti”. Gerard, el muchacho lógico, rompió en llanto,  la abrazó y le dijo al oído: No creo en el amor… Por qué no  entiendes que conmigo vivirás una mentira, vete, por favor ¡vete! Nadia lo miró, y lo besó con fuerza e igual como la primera vez, se apartó de forma apresurada. Gerard solo miró como ella se perdía en el horizonte del campus, quiso correr a  buscarla, pero creía que su decisión era la correcta.
Se puso a llover y el joven se encontró a las faldas de ese gran árbol, anonadado por lo que había pasado por su cabeza.  La familia ya se había retirado y pronto llegarían los encargados de poner el ataúd bajo tierra.  Tímido se acercó y casi con el corazón en la mano se arrodilló ante el féretro. De su ropa mojada sacó un papel arrugado y lo leyó en voz alta. “Nadia, te amo, te amé desde el día en que te vi gritándole tu monologo al viento. Ahora me veo en la misma situación, dedicándole palabras a la lluvia mientras que tus oídos no me escuchan. Te mentí, sí creo en el amor. Solo que no tuve el valor de asumir que te necesito. Perdóname.

Siempre tuyo Gerard



                                                                    FIN.